Con los juegos de Remedy Entertainment siempre he sentido esa extraña sensación de «sí pero no». Me refiero especialmente a la parte más creativa que aporta Sam Lake al estudio. Avanzando hacia la nada, en ocasiones pivotando sobre sí mismas, dependiendo de buenas mecánicas pero guiadas por una trama y situaciones que «sí pero no». Como si cierto afán por diferenciarse del resto y dejar clara su firma sobrevolara por encima de la propia creación. Control comienza con esa misma intención, totalmente desatado, con una historia confusa y críptica, que aturde más que ayuda y que, sin embargo, a medida que avanza, es una bola de nieve imparable que gana tamaño y fuerza. Una evolución paralela a la que sufre su protagonista a medida que adquiere habilidades y supera niveles en su viaje por las entrañas del mastodóntico edifico que debe investigar. En definitiva, una progresión abrazada por el brutalismo arquitectónico que define acertadamente un diseño tanto estético como mecánico. Vamos, una toma de control, como la que ha conseguido el propio Sam Lake, que de una forma u otra, siempre se las apaña para estar presente en sus juegos.