Un mismo concepto, tres vehículos diferentes. Saltamos de nuevo.
Atrapado en el tiempo (Harold Ramis, 1993).
Bajo una falsa fachada de comedia intrascendente se esconde un guión redondo, engañosamente simple, que incide en los efectos del bucle temporal, las repeticiones perpetuas y sus consecuencias. Bill Murray engorda su leyenda personificando el papel de naufrago varado en el tiempo, sometido a las leyes del Dios Marmota para su redención como persona al más puro estilo Capra.
Todos los personajes de Jan parecen vivir ocultos tras la capa roja de su bigotudo Superhéroe. Entre ellos, Pulgarcito destaca como la esencia del género de aventuras infantil-juvenil. Todo es válido en los viajes del protagonista, ya sean al interior de un libro, un simple sueño o través de la máquina del tiempo en la vieja mansión del Profesor Ogro. El gato con botas, salto al pasado de los dinosaurios, Aladino, evitar la paradoja con su yo futuro, Alicia…
Diarios de las estrellas (Stanislaw Lem, 1957).
Las crónicas espaciales de Ijon Tichy demuestran que la comedia es un vehículo perfecto a la hora de abordar los saltos temporales. O al revés, los viajes en el tiempo generan situaciones que por sí sólas justifican la comedia. Ejemplos: un Gulliver galáctico capaz de pelear y discutir con yos pasados y futuros aún sabiendo el resultado (Viaje Octavo), reclutarse y hacerse jefe a sí mismo (Viaje vigésimo) o reordenar y bucear en los orígenes del mísmisimo Big Bang (Viaje Décimo Octavo).