A diferencia del cine o el comic, los videojuegos apenas están empezando a madurar como vehículo de expresión. Son un medio joven, que comienza ahora a explorar sus posibilidades y alejarse con fuerza del único objetivo de entretener. Actualmente, compañías como thatgamecompany sacuden los conservadores cimientos de la industria con cada nueva propuesta jugable. Journey, sin ir más lejos, ha conseguido la suficiente popularidad como para encabezar este nuevo e inquieto movimiento, por otro lado, con mucha más solera y tan atrevido como desconocido en los circuitos indies. No hablamos de bochornosas adaptaciones, de trasladar mismos personajes a otros absurdos formatos o de ampliar franquicias con evidentes intenciones comerciales (sin entrar en otros terrenos, que cada cual coloque en orden a Bob Hoskins, Milla Jovovich y Kylie Minogue). Hablamos de cultura (popular o no), donde otro gran indicador del arraigamiento y consolidación de un nuevo medio es su influencia en el resto de ámbitos. Y en comic tenemos dos buenos ejemplos de ello.

En Scott Pilgrim, la influencia no es sólo temática, también formal. Bryan Lee O’Malley aplica las leyes del videojuego clásico al cómic y lo hace sin avisar, parapetado tras una máscara de manga y costumbrismo. Chico conoce chica, chico se pelea con los ex-novios de la chica, chico sube de nivel con cada victoria. Por el camino, un «slice of life» que convence y una historia de amor arropada por una inmejorable galería de secundarios.

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El trabajo del ilustrador Zac Gorman en su web Magical Game Time recurre a la nostalgia pero también al jugador más hardcore. En ocasiones, recreaciones de pasajes clave de los títulos más clásicos. Por momentos, recuerdos videojueguiles de infancia. Obsesionado con Nintendo y The Legend of Zelda, el humor se mezcla magistralmente con el respeto por un medio que ha crecido con el autor.

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Absolutamente recomendables los dos. Signo de los tiempos que vivimos. Nuevas generaciones, sin miedo a mezclar géneros y medios. Sin complejos por demostrar que puede ser tan válida la influencia de Fumito Ueda como la de John Ford.