No acampan en plazas. No portan pancartas. No piden explicaciones ni exigen soluciones. Los otros indignados sólo se quejan. En foros, en conversaciones de cafetería o en trayectos cortos de metro.

  • Whatsapp, la aplicacion vende-smartphones, se ha vuelto de pago en Android tras el paso del primer año de uso. Un éxodo masivo hacia Line ha sido la respuesta, pero los comentarios y quejas no cesan últimamente. Me parece bien. Cada uno es muy libre de utilizar o dejar de usar cualquier aplicación por la razón que sea. Lo que no entiendo es la procesión de quejas, indignaciones y plañidos gratuitos. He oído argumentos de todo tipo para no pagar los 89 céntimos de la discordia, cuando en el fondo, no es un problema de dinero (sobre todo cuando los más ruidosos son los que mayores permanencias y terminales mas caros han adquirido). Es un problema cultural y un síntoma de algunos de los muchos males del país. Un país donde cuesta reconocer el trabajo de los demás, donde apenas existe el hábito de pagar lo que es justo por un servicio útil o un trabajo bien hecho. Donde es preferible malgastar varias horas (como si no tuvieran valor) en intentar piratear un equipo y un software simplemente por evitar el acto de pagar.

  • Google da carpetazo a su lector de feeds. Google Reader desaparecerá en julio y en este caso el movimiento de masas parece que se está produciendo hacia Feedly. Es otro caso que también esta generando cierta polémica que convendría matizar. Todavía hay quien cree en la buena voluntad y el samaritanismo del gigante de la red, cuando el precio real que pagamos por el uso de esas aplicaciones "gratuitas" a esta enmascarada gran agencia de publicidad es la cesión de nuestros datos en forma de hábitos y estadísticas de navegación (por no hablar de la información que manejamos en el correo). Y aunque tampoco me parece mal, siempre y cuando seamos conscientes de ello, sigo sin entender las quejas cuando existen alternativas tambien "gratuitas" y Google está en su derecho de quitar lo que había cedido voluntariamente. Es el precio que hay que pagar por la gratuidad. Ahí queda, sin embargo, un borrón y una acción que sin duda generará desconfianza con las nuevas aplicaciones que sigue sacando para satisfacer sus intereses empresariales hacernos la vida más fácil.